Estricta crueldad

Conozco al señor X, una buena persona, incapaz de hacer mal a nadie. De hecho da un salto para no pisar una hormiga. Ciertamente es consciente que sin poderlo evitar, a veces, hace daño. Por ejemplo, alguna vez habrá pisado hormigas, bien por descuido o por otras circunstancias, pero nunca adrede.

En una ocasión me comentó sus reflexiones al respecto. Simplemente por vivir hace daños a personas.

Siguió diciéndome que en sí, empezamos provocando daño (es decir, dolor) a la madre que nos parió.

Salvando excepciones (que las hay) una madre deja en absoluto segundo plano el dolor del parto porque es más intenso el “placer” de traer al mundo un ser vivo. Me seguía contando que incluso nosotros mismos, lo primero que hacemos es llorar, supongo, no de felicidad; es una hostia que nos dan, algo así como diciéndonos: ”¡Deja ya tu mundo de antes en el que eras feliz, ahora es otra cosa!”.

Claro, me decía el señor X, de esa hostia no nos acordamos, nuestro cerebro es todavía muy pequeño, pero a raíz de esa primera hostia, luego vienen más, in crescendo, conforme pasa el tiempo; cada vez con más frecuencia y más dolorosas, algunas merecidas y muchas otras sin motivo.

Me preocupó el señor X al confesarme que puesto que hay siempre crueldad, él había decidido ser cruel, al menos con quien se lo merece.

Hace muchísimo tiempo le perdí la pista.

No sé cómo le irá la vida y su crueldad.

Fdo. Andrés Sierra