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Escuchar música no es un arte, pero no se debe hacer de cualquier manera.

La música ha acompañado a los humanos desde que tenemos memoria.

Nos tranquiliza, nos emociona, nos enardece, nos enamora.

La música nos es necesaria.

Los ritmos nos son connaturales y, como los latidos del corazón, a los que se asemeja , imprescindibles.

Desde que la melodía surge en la mente o en el corazón del compositor, hasta que llega a nuestros oídos, la música pasa por una serie de procesos que merecen todo nuestro reconocimiento.

La forma en la que se nos ofrece también condiciona nuestra manera de disfrutarla.

El vinilo, con su cuidada estética, sus dos caras (que te obligaban a levantarte cuando más relajado estabas, haciéndolo con sumo placer) su sonido más directo, su material más delicado, todo te hacía atesorar los discos como auténticos tesoros individuales.

Las cintas tenían peor sonoridad, pero nos permitían multiplicar nuestro acceso a los catálogos extensivamente, en una época en la que ni los medios ni la economía lo permitían.

El CD nos hizo perder la sonoridad especial del vinilo y destruyó el ritual de las dos caras y sus múltiples significados.

El acceso global a la música ha terminado por destruir toda la liturgia imprescindible de la selección individual de la misma.

Tenemos TODA la música en el bolsillo, de ahí nuestra enorme dificultad para seleccionarla.

Nuestra tendencia a la aleatoriedad se dispara. La escuchamos en cualquier sitio, en cualquier situación, la desvalorizamos.

Mi recomendación:

Si queremos volver a disfrutar de nuestra propia música y colocarla de nuevo en el puesto que le corresponde en nuestras vidas:volvamos al vinilo, busquemos un momento tranquilo, un lugar adecuado y cómodo, dejemos a mano nuestra bebida alcohólica favorita, sentémonos, suspiremos y escuchémosla sin interferencias, y no de fondo.

Los músicos y nosotros lo necesitamos.

Hacedlo, lo agradeceréis.

Fdo. Quique Gómez