El Estado evoluciona, como todo.
De un ente sin registros civiles ni fronteras definidas, ni himno, ni bandera, cuáles eran los condados medievales, al Estado moderno al Leviatán absolutista: concentración de poder, creación de ministerios, con su vocación estructuralista política y tendencia al control integral de la ciudadanía, al totalitarismo.
De esas fuentes, más la Revolución Francesa, bebió Marx y nos expresó, su convencimiento de que tales maquinarias estatales, tal cual, debían cambiar de manos y servir al pueblo, por primera vez en la Historia.
Apartados a los anales de la Historia los efectos de la revolución proletaria, los restos de los de los defensores de tal utopía siguen sin creer en el poder de la entropía, y así, tsunamis terremotos, epidemias, crisis económicas, guerras o plataformas multimedia, serían los nuevos instrumentos para el control del pueblo por el moderno poder invisible.
Deducción: las teorías conspiracionistas son el resultado inevitable del posmarxismo, a ver que inventarán mañana.
Si la culpa siempre es del Poder, podremos seguir agarrándonos a los restos de nuestras antiguas y nobles aspiraciones liberadoras. A los escépticos ni ese consuelo nos queda.
Hagámonos conspiranoicos, al menos nos lo pasaremos mejor.